Por Analia Bernardi
Editora Florencia González de Langarica
Apuntes sobre la práctica educativa en Ferrowhite Museo Taller
Hola, soy Analia Bernardi y trabajo en el área educativa de
Ferrowhite Museo Taller. Un museo ubicado en lo que fuera el taller de
mantenimiento de la Usina Gral. Martín, en el puerto de Ingeniero White, Bahia Blanca.
Un
museo que aloja herramientas y objetos recuperados tras la privatización de los
servicios ferroviarios.
Un museo que, además de exhibir, intenta fabricar
algunas de las herramientas con las cuales trabaja. Bolsas, videos y banquitos;
obras de teatro, juegos didácticos y balsas, útiles con los que intentamos comprender
lo que pasa a nuestro alrededor al asumir al pasado, presente y futuro
como dimensiones que se atraviesan permanentemente.
A lo largo, angosto y profundo de estas entradas en Zoom,
voy a compartir reflexiones derivadas de la práctica educativa en el
museo durante las visitas grupales y de una serie de experiencias concretas que estamos
llevando adelante como el taller de
serigrafía “Prende” (1) y las actividades
que nos tuvieron a “pleno empleo” durante las últimas vacaciones de invierno (2).
La visita como acontecimiento
Cada día un poco más, los museos son percibidos como
espacios que “contribuyen a la educación” de las personas. Podría decir que
estoy de acuerdo con esta tesis en la medida en que, si por educación
entendemos un proceso incesante de establecer relaciones con el mundo. Cierto es que me podrían objetar que ir al shopping
también es establecer una relación con el mundo. Claro. Pero lo que diferencia una experiencia relacional de la otra, tiene que ver en definitiva con el tipo de vínculo que nos propone establecer esa situación,
espacio, objeto y práctica (de asimilación, de sorpresa,
de apropiación, de inquietud, de crítica).
La visita al museo constituye una oportunidad de encuentro
entre lo que el museo propone y pone a consideración, y lo que visitantes e
invitad*s traen consigo... pero también aquello que sucede por azar. Así de
inesperada y explosiva, la visita acontece. Y podríamos decir que por esa razón
no hay dos visitas iguales al museo. Sin embargo, la experiencia nos permite
formular algunas premisas mas generales de trabajo que hemos ido dilucidando a lo largo de
este tiempo.
UNO. El museo empieza afuera.
plano de sitio Ferrowhite. 2014 |
“la ciudad no dice su pasado, lo contiene como las líneas de
una mano” Las ciudades invisibles, Italo Calvino.
Venir a Ferrowhite no es venir a cualquier lado. El museo
está ubicado en un sitio particular que no puede ser pasado por alto como si
fuera cualquier lugar del mundo. No. Será por el tamaño de las construcciones
portuarias, el olor a granza que sale de los elevadores de granos, el barro que
se te pega en la zapatilla un día de lluvia o el sonido de la sirena
comunitaria que todos los jueves a las 11 de la mañana nos recuerda la
proximidad de una catástrofe ambiental. De una u otra manera este lugar se
manifiesta, y hasta podríamos decir que se impone.
Abrir un museo en el corazón de un puerto agroexportador
y polo industrial (es decir, un espacio público en medio de una lógica de uso y
explotación del espacio costero eminentemente lucrativa y privada) implica convertir a quien llega hasta acá en testigo de todo lo que interactúa en ese sitio particular y
conflictivo: chimeneas, gaviotas y porotos de soja; trenes, cintas
transportadoras y cangrejos; barcos metaneros de tres cuadras de largo y
pellets de polietileno del tamaño de una uña.
Decimos que el museo empieza afuera porque partimos de la
idea de que la historia está inscripta en el espacio, en las construcciones, en
los detalles y también en los vacíos de este “paisaje construido” (y a la vez
en permanente transformación).
Por eso tanto en mañanas apacibles como en otras
en las que el frío te cala los huesos o el viento te vuela la peluca, las
visitas comienzan con un recorrido por el predio del museo. La intención en todos los casos (se trate de grupos de niños, adolescentes o adultos mayores) es poner nuestro cuerpo (es decir, nuestro aparato sensible y dispositivo de interacción) en situación para abrir los sentidos y la reflexión acerca del lugar donde estamos parados. ¿Cómo fue que, de aquella playa llegamos hasta acá?
1924. María Agnelli se baña en donde hoy está el castillo.
Detrás, los elevadores de granos N°1 y N°2, construidos en 1907 y 1908
por la empresa Ferrocarril del Sud y desguazados en 1978.
|
Recorrida con un grupo de estudiantes universitarios por el complejo de la ex usina Gral. San Martín. A la derecha, el elevador de granos N°3, habilitado en 1933. |
Habilitar la sorpresa que producen esas convivencias
forzosas en esta ría, como “sentirse chiquitito” al comparar el porte de los barcos
desguazados que tenemos como vecinos con nuestros modestos 120 o 170
centímetros de estatura, o preguntarnos “qué pasó y dónde está la gente que
trabajaba acá” al contemplar la usina desguazada, se trata ni más ni menos de ponerse a un* mism* en relación con las
cosas del mundo. O en todo caso, con algunos de sus signos.
El ejercicio es no permanecer indiferente a lo que nos
rodea. Desnaturalizar lo que vemos (y asumir que es parte de una construcción
histórica), preguntarnos cómo y las razones de lo aquello que vemos llegó a
ser lo que es, quiénes y con qué intereses participaron de ese proceso. También qué otras alternativas existieron o qué pasará con todo esto en el
futuro.
Un ejercicio que acaso comienza en el museo, pero que
contiene la posibilidad de ser replicado en otras situaciones y contextos. Que
se vuelva una herramienta que llevemos en el bolsillo para otros viajes y
paseos.
Continuará... (en el próximo ZOOM)
Referencias:
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