Por JosefinaPasman
Recuerdo
escuchar a mis maestras de inglés diciéndome que para hablar bien el idioma no
había que traducir desde el español sino aprender a “pensar en inglés”. La gran
pregunta era: ¿Cómo hago? -, pregunta que obviamente me hacía en español.
Lo ideal hubiese
sido seguramente aprender el idioma 100% natural como lo hice con el
castellano, naturalizando sus estructuras desde la infancia como un idioma nativo.
¿Con la
tecnología pasa lo mismo?
El otro día subo
a un ascensor y detrás mío suben un señor con su hijo que estimo tendría unos
cuatros años. Inmediatamente el niño se acercó al tablero y le pidió a su papá
tocar el botón! El padre le indica qué botón tiene que apretar y el niño en vez
de pulsar el botón desliza su dedo de derecha a izquierda sobre el número. Al
ver que la luz no se prendía, el niño pregunta: “¿no es touch?”.
Las nuevas
generaciones “hablan tecnología”, no la aprenden como un idioma extranjero, la
tienen totalmente incorporada como un idioma nativo, podríamos decir que
“piensan tecnología”.
Nos
encontramos rodeados de un nuevo público que habla un idioma que para muchos
sigue siendo extranjero. Podemos estudiarlo, practicarlo, capacitarnos y sin
embargo no logramos tener la sintaxis con la que se manejan las nuevas
generaciones.
Existen políticas públicas como el Plan S@rmiento y Conectar igualdad que buscan reducir las brechas digitales, sociales y educativas de la sociedad, no sólo brindándoles la tecnología –netbooks- como una herramienta de trabajo en la escuela, sino contemplando su uso en el hogar, convirtiendo a los niños en maestros de sus padres.
La tecnología informática vino de la mano de un cambio epistemológico. En palabras de Margarita Schultz “se trata de un modo de conocimiento ligado a características específicas de esa tecnología. (…) Pero conocimiento quiere decir aquí, asimismo: manera de pensar, de actuar, de interactuar” (…) “…la concepción del tiempo, la vivencia del espacio, la percepción de la causalidad, son modalidades del ser que se han visto modificadas en sus bases mismas, a raíz de las transformaciones incorporadas por las tecnologías de la información y la comunicación…”.1 Sería un error ignorar este fenómeno y suponer que el único modo de conocer el mundo y el único lenguaje de la enseñanza es el que monopolizamos por milenios los inmigrantes digitales.
Las obras de arte cambian, el público cambia, y esos cambios nos hacen repensar nuestro trabajo como educadores. Nos enfrentamos a un doble desafío: el de aprender cosas nuevas y el de enseñar las cosas de un modo nuevo.
¿Cómo debería pensar un educador de museo para hablar el mismo idioma que su visitante? ¿Qué estrategias nos pueden ayudar a lograr una comunicación exitosa?
Hay varias iniciativas que exploran exitosamente estos nuevos modos de enseñanza. Puerta 18, por ejemplo, es un espacio extraescolar, gratuito, de creación artística y tecnológica para jóvenes de 13 a 24 años donde se estimulan habilidades y vocaciones a través del uso de diversas herramientas tecnológicas. Aquí se ve cómo la tecnología incentiva y motiva a las nuevas generaciones a realizar cosas nuevas, conectándose con sus talentos y capacitándose a modo de juego y explorando sin temor las posibilidades que estas herramientas les brindan. Mejor lo vemos aquí….
Hasta la semana próxima!
1 SCHULTZ, M. Filosofía y producciones digitales. Buenos Aires, Alfagrama, 2006,p. 63.
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