ZOOM: Cuaderno Abierto. Apuntes de los inicios de un proyecto educativo II

Por Cecilia Pitrola
editora: Florencia González de Langarica
zoom. acrílico por Valeria Traversa
Zoom-in: desde la mirada panorámica a la experiencia individual. Haciendo foco en el visitante. 

Al inaugurar,  ¿por dónde empezar?  El CCK no es un museo, no tiene una colección propia,  pero tiene, además de espectáculos y exposiciones temporarias, un patrimonio muy valioso que es el edificio; un gran edificio, no sólo por el tamaño (más de 100.000 m2) sino porque conjuga dos grandes y significativos proyectos arquitectónicos, que cristalizan dos momentos históricos, dos proyectos políticos, dos concepciones de la arquitectura y de la expresión del Estado a través de la arquitectura. En el momento inaugural, todo nuestro público venía a conocer el Centro Cultural muchas veces sin siquiera conocer la programación. Por eso, el primer objeto que abordamos fue el edificio en tanto patrimonio histórico, y la presentación del proyecto del Centro Cultural. Ideado y diseñado en 1888, inaugurado en 1928, privatizado y declarado Monumento Histórico Nacional en 1997, devuelto a manos del Estado en el 2003 con la reestatización del servicio de correo, restaurado y refuncionalizado entre 2009 y 2015, reinaugurado como Centro Cultural en mayo de 2015, es un edificio lleno de historias y atravesado de diversas maneras por la historia del país.

Nuestra primera actividad fueron las visitas guiadas al edificio. ¿Por qué? Porque los visitantes llegaban de a miles (y siguen llegando) ávidos de conocer el Centro y la obra arquitectónica, consideramos que el punto de partida de nuestra acción desde el área era mediar esa primera aproximación al CCK, acompañar al público en ese descubrimiento o redescubrimiento del edificio, y potenciar la experiencia de recorrerlo. Los primeros días, de hecho, sólo se podía acceder sumándose a un grupo de visitas guiadas. Quien haya visitado el CCK sabe que no es menor la intensidad de la experiencia. Para quien no lo haya visitado, hagamos de cuenta que entramos por primera vez:

Un sábado a la tarde el CCK es como un hormiguero; gente que entra y que sale; algunos a paso veloz, otros a paso más lento y desorientado. En un sector del ingreso hay filas formando laberintos. Frente a la puerta principal sobre Sarmiento, al mirar para arriba la monumental fachada con sus columnas gigantes y las escaleras que hay que subir para poder ingresar ya lo hacen sentir a uno pequeño. Escaleras y sucesiones de halles marcan un camino casi ritual de transición entre el afuera y el adentro, ¿qué habrá allá adentro, rodeado de tantas capas de espacios? Una vez arriba, luego de atravesar el primer hall (llamado Hall de los Buzones) se ingresa al gran hall central que, ocupando todo el ancho de la cuadra, está escoltado por escaleras de mármol de esas que parecen derramarse como lava sobre el suelo de la planta baja. En ese espacio central, un gran mostrador de madera trabajada forma una línea continua, serpenteante, casi como un símbolo de los laberintos burocráticos de los mostradores públicos por donde las solicitudes ingresan siguiendo luego caminos insospechados; algo así como las figuras de Nazca creadas para ser vistas desde arriba. En el medio, mostradores-islas más pequeños donde agruparse en alguna tarea previa a la entrada en el gran circuito. Algo de estación de tren, algo de Banco Central, sin duda se trata de un edificio del Estado.
A continuación, una tercera línea de halles, coronados por maravillosos vitrales. Los antiguos pisos, las grandes arañas, la madera, el revestimiento de las paredes, están relucientes, como si acabaran de colocarse. Y de repente, sin solución de continuidad, ese viaje al pasado que proponen los materiales y el estilo palaciego, se interrumpen saltando cien años para dar lugar a una arquitectura completamente distinta, a una organización del espacio que responde a otros conceptos, a otras necesidades, a otra época, presente o futura, pero distinta. 
Los colores cálidos de la madera, el mármol, el bronce, la luz filtrada por los coloridos vitrales, se convierte en escala de grises (hormigón, metal, granito negro, vidrios transparentes y esmerilados), escaleras mecánicas, ascensores de acero, grandes espacios vacíos y abismos que se abren en torno a una gran estructura envolvente,  curva, de exterior metálico sostenida por unos anchísimos pilotes: la Ballena Azul. 
Sobre la Ballena, hay otra gran estructura que, como contrapunto de la curvatura de la Ballena, se compone de puros volúmenes geométricos con ángulos rectos, en forma asimétrica, como si cada uno se hubiera ido sumando al anterior un poco azarosamente, a la manera de bloques. 

Esta gran estructura,  no tiene ningún punto de apoyo, está colgando y, además, se enciende: la Gran Lámpara. En el camino uno se cruza con ferias, bandas de clowns que pasan cantando, músicos, grupos de personas nucleados en torno a otra que les habla con un micrófono. Y a medida que sigue subiendo por los nueve pisos, se ven salas y salas... Suena la música, se anuncia por el altoparlante el comienzo de espectáculos, funciones y eventos ¿a dónde ir? ¿por dónde seguir? ¿qué elegir?¿por dónde salir? 












En verdad no hay palabras que puedan transmitir la experiencia espacial de la arquitectura. Como plantea Bruno Zevi en Saber ver la arquitectura, “… en todas partes dondequiera exista una completa experiencia espacial para la vida, ninguna representación es suficiente. Tenemos que ir nosotros, tenemos que estar incluidos y tenemos que llegar a ser y a sentirnos parte y metro del organismo arquitectónico.” Aún así, con esta descripción me interesa reponer algo de la experiencia individual de un visitante que ingresa por primera vez al CCK, en términos de lo que comunica la arquitectura, del efecto que se experimenta al sentirse “metro” de una arquitectura de escala monumental, de la multiplicidad de estímulos que ofrece el ambiente, porque para pensar las visitas guiadas, cualquiera sea el tipo de público, es necesario hacer el intento de ponerse un poco en el lugar del otro. Pensar en primera persona lo que supone ir a conocer el CCK por primera vez. ¿Cómo se experimenta esa primera visita? ¿Qué pasa con esa primera impresión? Desde ese lugar, empezamos a pensar en nuestra mediación como educadores.

¿Y cómo pensamos a ese visitante que llega, con lo que trae puesto, al CCK?  Para rodear una respuesta a estas preguntas, tomo un fragmento de El espectador emancipado de Jacques Rancière:   

“Pero en un teatro, ante un a performance, como en un museo, una escuela o una calle, jamás hay otra cosa que individuos que trazan su propio camino en la selva de las cosas, de los actos y de los signos que se les enfrentan y que los rodean. El poder común a los espectadores no reside en su calidad de miembros de un cuerpo colectivo o en alguna forma específica de interactividad. Es el poder que tiene cada uno o cada una de traducir a su manera aquello que él o ella percibe, de ligarlo a la aventura intelectual singular que los vuelve semejantes a cualquier otro aun cuando esa aventura no se parece a ninguna otra. Ese poder común de la igualdad de las inteligencias liga individuos, les hace intercambiar sus aventuras intelectuales, aun cuando los mantiene separados los unos de los otros, igualmente capaces de utilizar el poder de todos para trazar su propio camino.(1)”  
El pensamiento de Rancière, sus reflexiones sobre pedagogía y sobre la emancipación del espectador, ofrecen un enfoque interesante para pensar a los visitantes, a los educadores y la mediación. Pensarnos, educadores y visitantes, como individuos a los cuales nos separa, y nos une, la misma capacidad de tener nuestras propias y singulares aventuras intelectuales, y de intercambiarlas. 

Visitar el CCK por primera vez es enfrentarse a una selva de signos que puede resultar, fascinante, deslumbrante, pero también un poco apabullante en su magnitud, inabarcable, abrumadora, depende…   Seguramente cada camino de cada visitante, en esa selva, es individual porque se vincula inevitablemente a la memoria y al bagaje de experiencias que esa persona trae, y que son el campo fértil de las asociaciones, o traducciones, que hará entre eso que se le aparece como nuevo, por conocer, y lo que ya conoce de antes. Sin embargo, son muchos los que prefieren no ir solos en ese camino y eligen andarlo con otros, aunque sean desconocidos, en grupo, y entonces se suman a una visita guiada. En este contexto y volviendo a la idea de selva como paisaje explosivo en su cantidad de capas, de espacios y de sentidos, el educador es en parte una especie de baqueano, conocedor del lugar que acompaña y va junto al grupo facilitando a los visitantes el abrirse camino en esa selva, cada uno con su machete perceptivo e intelectual, propiciando el intercambio de aventuras.
(Continúa…)

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Nota (1).   Rancière, J. El espectador emancipado. Buenos Aires, Manantial, 2010. Pág.22.

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