Me
gustaría narrar una experiencia, una vivencia de cariño, acogida,
explicaciones, intercambios y conversaciones que tuvo lugar gracias a la
coordinación de Mercedes Pugliese con las chicas de Remcaa (Red de educadores
de Museos y Centros de Arte). Y en primer lugar me gustaría destacar ese rasgo
de feminidad, pues me sorprendió descubrir que cuantas personas de la Red de
educadores de Museos y Centros de Arte iba conociendo eran mujeres; cuestión
que impregnó la actividad de un dinamismo, entusiasmo y generosidad muy propia
de un género tan implicado con las labores docentes.
Cada
día visitaba uno o dos museos, incluso tres, con motivo de conocer a las
diferentes educadoras con las que compartimos experiencias educativas. Este
intercambio resultó enriquecedor para ambas partes, pero especialmente me
gustaría hablar de cómo me afectó a mí.
En
el Centro Cultural Borges, Valeria
Traversa me sumergió en una mañana de encanto donde las líneas pensaban a
través del dibujo, un dibujo capaz de materializarse en técnicas próximas a lo
pictórico o a lo escultórico sin abandonar la calidez que puede tener el blanco
y negro. Hallar una sala de exposiciones abierta al consumidor de un centro
comercial es toda una arriesgada propuesta que conserva aquí el éxito de muchos
años. Comenzar a disfrutar de lo cultural aunque no fuese el pretexto inicial,
es saber aproximarse al público. Pasear por la ciudad, tomar té y escuchar
atentas explicaciones, allí y en otros espacios expositivos como el Museo Fortabat, completaron el delicioso
encuentro.
El
Palais de Glace me esperaba con
rompecabezas, pop up, miniaturas en álbums de figuritas, barajas de cartas,
pegatinas, maquetas de papel e ilusorios espacios donde coleccionar obras de
arte y ensueños. Marina Luterstein y su compañera Virginia Buitrón supieron
sumergirme en la cantidad de propuestas que se pueden llevar los menores
después de su visita a un museo, incluidos los “Los Materialli”. Desde este
lugar se comprende la necesidad de hacer extensible el conocimiento más allá de
las puertas del recinto, de lo acotado, de lo tradicional. El regalo atractivo
se convierte en sugerente experiencia de diversión posterior a la visita al
museo.
Contar
cosas no es lo mismo que contar cuentos, y escuchar cuentos no es ni parecido a
vivirlos. Mercedes Pugliese me explicó de qué manera los visitantes del MNBA, acompañados de ella como
educadora, en otros tiempos recorrían las salas como si estancias de un palacio
se trataran, o metiéndose en un cuadro seleccionado, o conectando una historia
tradicional con una imagen clásica. La propuesta desarrollada en este museo es
facilitadora de la palabra, une transversalmente lo visual con lo auditivo,
pero también lo pictórico con lo lingüístico. En ese sentido creo que el
esfuerzo por aproximar dos artes fue todo un éxito, y espero que en el futuro
tenga lugar en otros espacios.
En
el Malba entré poco a poco,
despacito, con un café y dulces primero, de la mano de Laura Scotti y María
José Kahn imaginando cómo se desarrollarían las experiencias que me explicaban
con tercera edad, jóvenes, niños y discapacitados en un museo que aun no
conocía pero que me iba a emocionar con su envergadura didáctica. Pero fue
espectacular conocer el museo por dentro, atiborrado de gente enloquecida por
Yayoi Kusama, sus lunares y luces que nos adentraron en mundo desquiciantemente
placentero. Así visité las salas, conocí obra de artistas nunca antes vistos en
Europa y de gran calidad. Lo más sorprendente, el almacén. Uno no conoce las
entrañas de una casa hasta que no ve la despensa, uno no comprende los
proyectos educativos hasta que no ve las maquetas para ciegos, los aros para
dinámicas cinéticas, los envases cargados de recursos… que quedan apilados en
estanterías esperando un nuevo uso.
En
la zona sur, después de cruzar un jardín y llegar a un Centro Cultural que
ocupaba una antigua vivienda unifamiliar de corte colonial, con su patio y
tejas, encontré las “Pequeñas
Colecciones”. Desconozco por qué Ana Luz Chieffo las llama pequeñas cuando
son grandiosas, el tamaño no siempre queda a la altura del concepto y este era
el caso. Bellas piezas que nos recuerdan como capturar al público a través de
sus propias vivencias y experiencias, conectando con lo personal que no
intransferible. Las actividades desarrolladas con personas mayores demuestran
que se puede construir comunidad desde el arte y desde lo cultural.
Divertido
fue compartir una visita guiada en el Macba
con Florencia Langarica y un pequeño grupo de chavales discapacitados, porque
es difícil saber hablarle a chicos y chicas que tienen tan limitado los
recursos del lenguaje verbal. Sin embargo esta educadora comprendía
perfectamente lo gestual, lo que queda más allá de las limitaciones o aparentes
imposibilidades. Me quedo con que un continente no tiene contenido si no es
gracias a la calidad de las personas que lo ocupan, porque Florencia desprendía
la energía, pasión, entusiasmo, cariño y cortesía que todo espacio debe
respirar para que el visitante se sienta acogido, como en su propio hogar.
Pero
nada de esto hubiera sido posible si el Museo
de las Escuelas, a través de Silvia Alderoqui, no me hubiera abierto las
puertas de España a Buenos Aires, para llevarme la idea de que se pueden
emprender grandes proyectos educativos en pequeños o enormes museos, con mucho
personal o entre dos personas, con buenos recursos económicos o en la
adversidad, teniendo espacio de reunión o virtualmente… Es decir, todo depende
de las personas que lo intentan, y este grupo pone toda su energía en ello.
Amparo Alonso Sanz
No hay comentarios:
Publicar un comentario