ZOOM: El museo como herramienta / "Prendete"

Zoom, por Valeria Traversa
Por Analía Bernardi
Editora Florencia González de Langarica


PRENDETE

El taller “Prende”, que  funciona en Ferrowhite desde el 2008 con diferentes nombres, pone en marcha la idea de que en este museo taller, además de exhibir objetos, nos animamos a fabricarlos. Silvia Gattari y Malena Corte son quienes suben la persiana del taller cada sábado por la mañana. Esta entrada deriva de intercambiar con ellas ideas, preguntas y palabras.

Cata, Joselyn y La melli imprimiendo  bolsas
con la imagen de la usina Gral. San Martín.
Niñ*s, adolescentes, jóvenes y adult*s de los barrios aledaños al museo (y a veces de más lejos también) llegan año a año a meter las manos en el barro, en la masa o en la tinta y encontrar un lugar para habitar, hacer cosas y también amigos

El taller se centra en el uso de la serigrafía, una técnica de grabado que permite la seriación de imágenes y textos sobre todo tipo de soportes (telas, papeles, maderas, plásticos, vidrios, etc.). Pero podríamos decir que la serigrafía en cierta medida es una excusa, porque antes, durante y después, también se mira, se pinta, se camina, se dibuja, se escucha, se construye, se arma, se mancha. 

La premisa de trabajo es el trabajo mismo: la posibilidad de hacer con otros y en ese gesto acaso poder transformar nuestro pequeño mundo. Será por eso que en el taller caben el barrio, el paisaje y las historias de vida y de trabajo de quienes hicieron y habitan este ferropuerto. Caben en la medida que pasan por nuestros ojos, nuestras manos y somos capaces de llevarlas en el cuerpo.
Silvia y casi todo el grupo pintando las letras
para una intervención artística en unos talleres ferroviarios abandonados.
Las manos de Joselyn, Pilar y Malena marcando el molde de unas remeras.
Una actividad comenzaba así: ¿Qué es un obrero y qué hace? ¿Qué hacía un obrero del ferrocarril? ¿Con qué trabajaba? A partir de estas preguntas recorrimos las salas del museo en busca de las herramientas que se usaban en las distintas secciones de los talleres ferroviarios (carpintería, herraría, fundición, ajustaje…). Vimos y agarramos cucharones, llaves, bigornias y tenazas, las estudiamos con dibujo de observación directa y nos preguntamos de qué materiales están hechas. Calculamos su edad, imaginamos sus nombres; tratamos de comprender cómo se trabajaría con ellas y qué sienten ahora que ya no se usan. Después confrontamos esas intuiciones con los relatos de los trabajadores, y es ahí donde por ejemplo, la voz de Néstor Brini nos ayuda a imaginar cómo sería el horno de la herrería que fundía 40.000 kilos de hierro por hora. 

Mía y un cocinero con sus herramientas de trabajo.
¿Y cómo son los obreros de hoy, de nuestro barrio? ¿Qué herramientas usan? Acaso la mejor respuesta es la que se esboza, se boceta, se dibuja. Pues entonces, dibujémoslos. 
A partir de estos trabajos gráficos realizamos una transparencia serigráfica, revelamos los chablones, imprimimos telas de grafa y con ellas fabricamos los delantales que usamos cuando estamos en el taller.

Otras veces salimos al parque del museo. El castillo desguazado donde funcionaba la usina Gral. San Martín produce fascinación en los adolescentes del barrio que entran permanentemente sin permiso y grafitean las paredes. Una tarde de 2014 entramos al castillo, hicimos un relevamiento fotográfico de todo lo legible, imprimimos las fotos y realizamos la siguiente actividad. Primero leímos las frases como habían sido escritas, las analizamos y desarmamos para construir otras usando ese universo de palabras. De ese juego salieron nuevas frases con nuevos sentidos. Frases que estampamos en remeras usando abecedarios del Street art. Porque acaso llevar puesto lo que uno tiene para decir, es más interesante que abandonarlo en paredes que pocos leen. 

Pedro mostrando los almanaques casi listos.
Y finalmente, durante el 2012 trabajando con un grupo de adultos nos centramos en el paisaje: los elevadores de granos y las gaviotas cangrejeras, los trenes y los maravillosos flamencos australes, los camiones sobre el puente La Niña, los barcos regasificadores y las lanchitas de pesca, los colores de la industria y los colores de la ría. Se dibujó mucho y se pensó mucho. Luego hicimos una selección de doce trabajos e imprimimos doscientos almanaques íntegramente en el taller, ¡es decir 2.400 copias serigráficas!

El taller puede ser muchas cosas. La puerta de entrada para familiarizarse con una técnica y aprender un oficio; la oportunidad para reflexionar sobre nuestra identidad y relacionar nuestra propia biografía con la de otr*s; o la chance de que chicas y chicos de White, Bulevar y Saladero se acerquen al museo sintiéndolo como un espacio propio. Sea lo que sea, de lo que estamos casi segur*s es que pasar por el taller, aunque sea una sola mañana o una tarde, te deja marca. 
Malena limpiándose las manos y los guantes.

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